Rafael Vargarruiz
Ex alumno Calasancio
Que pudiera Ramón decirte
que pudiera
pudiera si poder pueda
en la imposible potencia
del inpoder, que pudiera poder
decirte
parte de mi formación
forjada fue en tus manos
Vulcano pariente de Cervantes
quijote de lejanas tierras
transformaste el plomo
de mi intelecto por la chispa divina
de la creación, creíste en mí
hiciste que creyera
y creo y creare y seguiré creando
recreando entre la flor que es capullo
y el último lucero de la Última noche
en la esperanza imposible
de los sueños eternos de esta humanidad
que se aleja del cosmos
para precipitarse sin creencia, sin fe
anclados en las playas insoportables
de lo no existente
decirte que puedo decirte
o recordar el coscorrón, el consejo,
la persuasión, Ramón y abriste
todo el siglo de oro español para mi,
que como cajas chinas abrieron el Francés y el ingles
y en los corredores del Calasanz de León
campeaban Shakespeare, Moliere y Lope,
hablando contigo, conversando
de la metafisica de la vida, la muerte y la fe,
volviendo y revolviendo la sotana blanca,
en espirales de armonía.
Qué pudiera decirte Barberá, si hoy,
en este momento puedo escribir
como puedo escribir, por tu terca manía terca,
obsesiva de enseñar enseñando a que enseñas
como un padre peregrino a la salvaguarda
de miles de hijos regados en esta tu Nicaragua,
y yo y nosotros aprendiendo, maestro,
profesor, magíster.
Me imagino, te imagino corriendo de niño
por los campos de Algemesi;
en tu Valencia imperial,
ibas descubriendo tu vocación
entre el profundo olor de la aceituna,
el romero, el naranjo y el enorme espejo del cielo español,
que reflejaba todos los cielos y sobretodo
el malinche rojo, el púrpura nuestro,
al copiar en tus pupilas de niño todo el universo
como un presagio de tu peregrinar por el mundo.
A veces, hay momentos, instantes quizás en la vida
que la palabra queda corta, mínima,
al pensamiento a la emoción que se entrecorta
y recorta, cual infante, sin poder describir, capturar,
demostrar esa emoción que embarga cual teorema
que no termina de descifrarse.
Y tu amor por el creador, por nuestro Dios,
el Salvador, el gran y único creador,
te llevó a tomar las redes para pescar en su nombre,
las almas peregrinas y, quedé, también, en ellas atrapado
y entre esas manitas del espíritu fortifiqué mi fe
en los pasos firmes de las sandalias del pescador
sobre la pétrea roca de luz a la cual siempre
me he aferrado, ante el embate de las agobiantes
tempestades del camino.
Forjaste tu sacerdocio en los entretelones
de finales de la guerra civil
y tu corazón conoció el horror, la intolerancia
y la miseria humana y quiso, tu corazón quiso,
lo deseó, crear hombres capaces de ser humanos
en la tolerancia de la diversidad
y de viajar y de plantar la semilla mas allá,
en la Américas, y en tu propia Santa María,
llegaste a nuestras tierras al ritmo de un pensamiento recurrente,
de un destino. Una deuda pendiente en la extraña, misteriosa
geografla del cosmos.
Luego vendrían los Volcanes, los lagos y lagunas
y las leyendas y toda la magia y misterio
de estas tierras en tu ímpetu de forjar,
de formar de fundar.
Tu, Vulcano de la palabra y la acción ortográfica
y el León de Rubén, de Cortéz, de Salomón
te abrieron las puertas en el antiguo seminario de San Ramón,
tocayo, donde una tarde conociste a Emilio Vargas,
mi padre, que juntó sus manos a las tuyas para fundar
el Calasanz de León Santiago de los Caballeros.
Emilio pronto te seguirá desde el espacio, el limbo que la vida
determinó, hoy , para él, en su lecho de enfermo iluminado por la luz
de Goethe.
Cuándo entré al Calasanz, era el edificio moderno de tres pisos
que determinaba la salida a Poneloya.
Llegaba tarde siempre, a veces recorría a pie
los cuatro kilómetros que lo separaban del centro de la ciudad
y te interesaba mi pasión por las letras,
e insistías en disciplinarme, como disciplinabas todo y a todos,
e imprimías tu sello para crear hombres
en la extensión mas integral de la palabra,
entre los veranos eternos e infernales
y los diluvios del invierno nuestro.
Colmado de agua, rayos, ranas y más agua.
Y el cielo que de¡ lado de Poneloya era una erupción de rojos,
rosados, rosáceos y púrpuras, como si los malinches
se extendieran al infinito de León, tu León de tu patria,
tuya, también y luego Managua y el Barrio de San Sebastián,
donde el terremoto te derribó desde el último piso,
castillo de naipes de lo incógnito
y fuego el exilio y la carretera sur y comenzar de nuevo,
otra vez y otra ves creando, formando,
construyendo con tu inquebrantable fe y tu cercanía con Dios,
un ejemplo, una roca.
Mientras la traicionera vida te minaba de vida
recordándote el miércoles de ceniza que llevamos dentro.
Y me parece verte, ya, en Valencia, desde tu lecho,
descubriendo los tejados que se te hacían de barro,
de tejas, las nuestras, y el cielo se despejaba
para complacer tu vista y llenar de nuevo el gris
con los rojos de Nicaragua, colmándote de malinches
el espacio, que se va abriendo como con el pincel de Goya,
acercando el infinito a tu lecho, Ramón, despacio,
porque tu espíritu es mas lábil que ese cuerpo que estando
en Valencia su corazón se ilumina a la luz de Nicaragua
púrpura, rojacea, luz. luz, luz y miles de hojas de malinche
cual mayo florecido.
Que puedo, Ramón, decirte Qué?
Hay momentos, hay días, hay instantes y hoy aquí reunidos,
no en lágrima, celebramos en nosotros la resurrección de tu fuerza,
tu razón, tu fe y tu corazón, que vive y vivirá
en cada uno de nosotros contemplando el último crepúsculo,
desde tu ventana, en Valencia, bajo el cielo de León.
Maestro simple y llano, Gracias.
Rafael VargarruizEtiquetas: Homenaje, Nicaragua, Poema